sábado, 25 de septiembre de 2010

La vida no nacida. Fragmento.

     De tanto mirar películas porno con actores mogólicos terminé aprendiéndolo todo sobre mi propia muerte. El porno clásico no lo soporto, me aburre y ni un pelo puede moverme. Es cierto que el porno hardcore me gusta, pero me aturde tanto que apenas comienzo a hacerme la paja ya estoy acabando, dejándome en la boca algún gusto agrio. En cambio las porno con mogólicos pueden mantenerme en cierto nivel de flotación sin que después de algunas horas tenga ganas de masturbarme y acabar con esa viscosidad que me envuelve de modo tan agradable. Más bien me siento levitar sobre mi excitación, recorrerla sin extenuarla, pensarla sin disolverla, es como si esas películas encontraran cierta frecuencia o modulación del aturdimiento que sosteniéndolo como deseo no le permitieran el exceso, el colapso o la consumación. Cuando el doctor habló de mi tumor cerebral informándome de los pocos días que me quedaban de vida, pensé que eso que me pasaba con el porno down es lo que pretendía para mi muerte.


Variaciones sobre la buena muerte. Fragmento.

     1- El problema fundamental con respecto a mi actividad literaria ha sido que encontrar un tema significaba fracasar. Siempre me ocurrió lo mismo, podía imaginarme lo que fuere, pero hable de lo que hable, de una guerra, de un parricidio, de una serie inesperada de asesinatos, invariablemente me sentía defraudado por mí mismo porque no era la guerra ni el parricidio lo que me importaba sino la literatura sin más. El problema, tal como mis allegados me lo hacían ver -“mariconadas” decían-, era que yo ponía tanta pasión en eso que llamaba literatura que me quedaba sin tema que narrar. Cuando leía lo que ellos escribían me sentía realmente fascinado por la capacidad de atracción que generaban en sus narraciones porque lo que claramente les interesaba no era la literatura sino la vida. La consecuencia de mi errónea concepción fue que terminé separando tan radicalmente la vida y la literatura que ya no encontré ningún punto de contacto, transformándolo todo en una programática de la imposibilidad: transformaba mi idea de la literatura en una prescripción del fracaso y cuanto más fracasaba más mérito literario obtenía.